viernes, 18 de junio de 2010

La Herencia de Consuelito...


Consuelito Arias y Balboa, la dueña de la casa-torre de Vilalle, nunca se había casado. Se le pasó el sol por la puerta, mientras pasaba las cuentas del rosario, rezaba jaculatorias y vestía santos en el sentido más literal de la palabra, pues en aquellos años había bordado las túnicas y mantos de todos los santos de la iglesia parroquial. Siempre había sido un poco ñoña y remilgada, sobre todo de jovencita. Con los años y más aún desde la muerte de sus padres, había adquirido más carácter.

Habitaba en la casa solar de su familia, lugar que había visto tiempos mejores, en época de sus abuelos, pero que seguía siendo una buena propiedad, rodeada de extensas tierras que lindaban con las de la abadía vecina y estaban arrendadas a labradores de la zona. Solamente el huerto y el jardín quedaron para servicio de la casa. Vivía con Isabel, la antigua doncella de su madre, bastante más joven que ella, aunque tampoco cumpliría ya los sesenta. Más bien se había convertido en dama de compañía, porque aunque era de origen humilde, la convivencia de tantos años con la familia la había pulido y entre las dos mujeres se había establecido una especie de amistad, manteniéndose, no obstante, cada una en su papel. De la cocina se encargaba la mujer del antiguo casero y como mozo para todo estaba Antón Carregal, un vecino de la aldea al que todos llamaban “Rapalindeiras” porque recortaba la hierba de los lindes entre las fincas y de los bordes de los caminos para dar de comer a los conejos que criaba. Tenía pocas luces, podría decirse que estaba al límite, pero era trabajador y servicial. Llevaba en la tartana a Consuelito a la misa en la cercana abadía, (los días de diario la oía en la iglesia parroquial, pero los domingos no pasaba por menos), cuidaba el jardín y la huerta y hacía los recados.

Entre misas, rezos y visitas del abad, que era su consejero espiritual, transcurría la vida de Consuelito. Hacía pocos meses, en una de estas visitas (le había hecho servir una copita de jerez en la mesita del jardín junto a la parra virgen), Consuelito le comentó que estaba pensando en cambiar su testamento, en el cual dejaba herederos de todo a unos primos lejanos. Creía que era mejor dejar como beneficiaria a Isabel, que la había servido fielmente, pero el abad la disuadió: “Estas gentes humildes no están preparadas para algo así, Doña Consuelo, podría hacerle más mal que bien”. La cosa quedó así y no volvieron a hablar de ello.

El día que Consuelito murió, nada hacía presagiarlo por la mañana. Bien es verdad que llevaba bastante tiempo delicada y ya no salía de casa, ni siquiera a la misa dominical. Los últimos días ya no se levantaba de la cama. Por la tarde se agravó y pidió ver al abad y que un fraile de la abadía le llevase la comunión. Cuando llegaron, después de comulgar, se mostró agitada y pidió un notario, quería rectificar el testamento. El abad la tranquilizó y dijo que se encargaría de todo.

Al atardecer volvió con el notario. Pasaron a la habitación de Consuelito y el abad pidió que salieran todos. A poco, mandó entrar a Rapalindeiras, que esperaba en el zaguán con Isabel. El hombre entró quitándose la boina, que giró nerviosamente entre sus manos. Doña Consuelo estaba reclinada en las almohadas y tenía la barbilla apoyada en el pecho. El abad estaba a su lado. Le dijeron que debía actuar como testigo.

Consuelito murió una hora después, pero Rapalindeiras hubiese jurado que cuando entró en la habitación ya no respiraba y que la mano que firmó el testamento, guiada por la del abad, estaba muy pálida. Pero no dijo nada a nadie. Tampoco le hubiesen creído, todos decían que era un poco tonto.

Al cabo de una semana se leyó el testamento. En él, Consuelo Arias y Balboa, señora de la casa-torre de Vilalle, en plena posesión de sus facultades mentales, dejaba todos sus bienes a la Abadía de *****.

basado en un hecho real, aunque aderezado con mi imaginación. El caso es que la tal propiedad está en manos de la Iglesia.

Dios siempre supo rodearse, en su empresa, de buenos empleados.

3 comentarios:

JL dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
JL dijo...

Eres un simple plagiario: vergüenza debería darte, 'ideas'.
Juan Luis.

Rosa (Pizarra) dijo...

Qué falta de creatividad, Antonio (eldeideas). Qué triste robar trabajos ajenos; sí, puede borrar los comentarios, pero borre también su enlace hacia Facebook, allí se le ve la cara (durísima que tiene).