Si alguien está buscando una idea para un relato de terror, puede ser que le sirva ésta. De la lejana Edad Media (lejana gracias a Dios porque hay que ver que época más oscura, tenebrosa y siniestra) proviene una extrañísima costumbre consistente en encerrarse entre dos paredes. No, no se trata de meterse en casa a ver la televisión (todavía no se había inventado), a hacer ganchillo y macramé y no salir ni a misa, que eso hay quien lo practica hoy en día, si no en meterse literalmente en un hueco pequeñísimo entre paredes, tapiado, sin poder salir por ningún sitio y pasarse ahí el resto de la vida. Hasta la muerte, sí. Pero lo más sorprendente del caso es que la gente (en su inmensa mayoría mujeres, mira tú por dónde) se emparedaba por propia voluntad. Manda vebos.
El tema es que hay casos registrados de damas muy piadosas y ya de cierta edad que tomaban esta decisión (claro, en plena juventud a quién se le ocurriría emparedarse, con todo lo que aún hay que hacer y ver, incluso en la Edad Media, supongo; pero a mi, desde luego tampoco se me ocurriría a los ochenta). Se metían en el cubículo y en plan penitente se dedicaban a la oración y a la vida contemplativa. Esto de la vida contemplativa a mí siempre me ha hecho mucha gracia, pero en este caso es que ya es de carcajada, porque digo yo ¿qué podrían contemplar ahí dentro? Como no fuesen las paredes y sus propias inmundicias que irían amontonándose en el escaso recinto…
En la iglesia de Santa Marta, en Astorga, hay una de éstas celdas. Es un recinto muy pequeño, con una única ventana estrecha y con barrotes. Sobre ella una inscripción: “Memor esto juditti mei, sic enim erit et tuum. Mihi heri et tibi hodie.”, que al parecer quiere decir: “Acuérdate de mi condición, pues ésta será la tuya. Yo ayer, tú hoy.” Vaya con la frasecita.
Una emparedada famosa es Santa Oria, que vivió en el siglo XI. A ésta le dio el ataque de religiosidad piadosa siendo joven y se hizo emparedar, acompañada de su madre en un pequeño habitáculo con sólo una abertura para que les introdujesen alimento y poder comulgar. La madre murió antes y terminó conviviendo con su cadáver hasta que también murió. Es inaudito.
A mi no me cabe en la cabeza esta locura, por mucha Edad Media que fuese y desde luego vemos a qué terroríficos extremos llevaba la religiosidad en esa época. Todos estos casos sucedían con el beneplácito de las autoridades eclesiásticas y después como recompensa: la santificación.
Pues qué bien.
Por cierto, que no os creáis que esto sólo ocurría en España, para ésto no vale lo de Spanish is diferent, más o menos en toda Europa eran igual de brutos en aquella época, aunque no sé, en esto de la religiosidad me huelo que éramos un poquito más exagerados.
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