lunes, 14 de junio de 2010

María Soliña...


n el siglo XVII, entre los años 1619 y 1628 muchas mujeres de Cangas, pueblecito de la costa de Pontevedra cercano a Vigo, fueron juzgadas por la Inquisición acusadas de brujería.

Esta “caza de brujas” estuvo provocada directamente por el empobrecimiento general que siguió a la invasión turca de 1617, en la que las costas cercanas a Cangas fueron asaltadas por piratas berberiscos.

Quemaron casas y cosechas, mataron, violaron e hicieron prisioneros. Después de la retirada de los turcos la población quedó sumida en la pobreza y, como consecuencia de esto la nobleza de la zona ve alarmantemente disminuidas sus rentas.

Idean entonces un plan consistente en denunciar a la Inquisición a mujeres, con posesiones importantes pero que estaban solas, acusándolas de practicar brujería.
De esta manera sus bienes eran confiscados y el noble denunciante y la Inquisición se repartían las ganancias.

Una de estas mujeres fue María Soliña. Durante la invasión turca perdió a su marido y a su familia. Quedó sola, pero en posesión de una casa de piedra de dos pisos, varias fincas, una barca y lo más importante, derechos de participación en los beneficios de la Colegiata de Cangas y la Iglesia de San Cibrán. Tras la muerte de su marido e hijos, entristecida y sola, paseaba cada noche por la playa escuchando el rumor de las olas y recordando a sus muertos. Esto fue causa suficiente para que fuese acusada de bruja.

Fue detenida e ingresó en las cárceles secretas de la Inquisición en 1621. Allí fue torturada incesantemente hasta que, agotada física y anímicamente, confesó ser bruja desde hacía más de veinte años y haber tenido tratos con el diablo durante largo tiempo.

Todos sus bienes fueron confiscados y fue condenada a llevar un hábito penitencial durante seis meses. Se supone que murió poco después a consecuencia de las secuelas producidas por las torturas, tenía ya setenta años, pero jamás se encontró el acta de defunción ni se sabe donde fue enterrada.

El escritor gallego Celso Emilio Ferreiro le dedicó el poema que ha sido musicado por varios artistas, entre ellos Carlos Núñez y Madredeus.

Polos camiños de Cangas
a voz do vento xemía:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
Nos areales de Cangas,
muros de noite se erguían:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
As ondas do mar de Cangas
acedos ecos traguían:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
As gueivotas sobre Cangas
soños de medo tecían:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.
Baixo os tellados de Cangas
anda un terror de auga fría:
ai, que soliña quedache,
María Soliña.

Lo peor de esta historia es que es real y no es la única. En Cangas una calle lleva su nombre.

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