lunes, 9 de agosto de 2010

Pétalos marchitos…


Pétalos marchitos…
Allí estaba ella. Preciosa, Hermosa.
Con los labios rojizos entreabiertos, dibujando una pequeña “o” con la comisura y el flequillo como siempre lo llevaba.
De negro.
No se le veían sus ojitos (los párpados los tapaban) pero se le adivinaban bellos.
Las manos, entrelazadas sobre su abdomen, debajo de sus pechos donde tantas veces él se había acostado.

Estaba como dormida. Siempre le encantó así. La veía más frágil, más dulce. De poder, ahora mismo hubiese besado a su peco sita una vez más.

Y allí estaba.
En el altar de una iglesia abarrotada.

El siempre la llamaba Blanca nieves. Hoy era más Blanca nieves que nunca. Por una vez él no quería que lo fuese, pues sospechaba que el final de la película hoy sería diferente.

Abarrotada, como ya dije. Hablaba desde el púlpito un hijo de puta, pero hoy no estaba para esos pensamientos. Hoy no estaba para pensar. O no pensaba en eso. Pensaba en otra musa.

Su familia lloraba en la primera fila. La primera fila siempre llora. Por eso él estaba al final. No le quedaban lágrimas.

Había leído el mundo sus epístolas, sus peticiones. Le tocaba, o eso parecía. Debía salir allá y soltar algo. Como el resto. Describirla. Desearla suerte. Lo de siempre.

Subió al estado. Todos le miraban, o todos parecían mirarle. Cruces griegas a un lado. Cruces latinas al otro. Algunos distraídos; otros, aburridos; muchos, afligidos. “Era tan buena…” Se notaba su falta, pues reinaba el silencio

Sacó el discurso, y un mechero. Azul celeste con una flor en una tonalidad más intensa, más oscura, más él. Chino.
Quemó sus palabras.
¿Para qué quería él describirla? ¿Acaso no se acordaban de cómo era?
No, él no quería hablar DE ella, quería hablar CON ella.

Bajó. Sacó otra nota. Abrió la urna y la dejó junto a ella.
Estaba “cifrada”. Una combinación que usaban a veces, cuando estaban juntos, o cuando dejaban de estarlo.
Le decía todo lo que no le dijo nunca, o si se lo dijo pero se lo quería repetir.
Terminaba con su grito de amor, la chorrada que siempre ponían en el Messenger y les servía como seña de identidad. Así grabaron sus pulseras, sus collares, sus mesas…

“Pronto nos volveremos a ver”

La besó. La besó en los labios. Pero la besó ligeramente, dulcemente. No quería aprovecharse, no quería sacar tajadas. Era un “pico”, un beso que no significa nada y que significa tanto.
Ella estaba fría, pero el la sintió como recién salida del averno. Hirviendo, como cuando la besaba después de hacer el amor.

Bajó rápido las escaleras. Sonaba el Réquiem de Mozart. O sonaba en su mente, que más daba.

“Dies Irae”. No, el título se equivocaba. No era la ira lo que le impulsaba. Ni siquiera el dolor o la tristeza.
Era la nada. Nihil.
Carecía de objetivo, de esencia, de sentido. No es que no pudiese vivir sin ella. Lo llevaba haciendo, más mal que bien, desde hacía meses. Desde que ella le dejó.
Había tendido que continuar y nunca pensó en rendirse.
Porque el sabía que aunque no fuese con él, o por él, aunque ella estuviese diferente a sus ojos, a veces idiota, a veces simplemente distinta, aunque a veces la odiase, ella seguiría sonriendo, mostrándole al mundo esos dientecitos que tanto le excitaban y alargando esas mejillas rojas y grandotas que tanto le gustaba.

Pero ahora era distinto. No volvería a ver sus ojos verdosos, y lo que es peor, tenía la certeza de que nadie más los vería.

Llegó a la puerta. La abrió y se giró, mirando a su alma, al igual que hacía en el ascensor cuando se despedía de su casa. Siempre deseando que ella estuviese haciendo lo propio, y suplicando recibir como recompensa por la espera lo que pocas veces sucedía, que ella la volviese a abrir, le llamase tonto mientras sonreía y le besase.
Por esos besos hubiese esperado un mes.
Hoy sería un día de esos en los que ella no miraba…

Llovía
No quería hacerlo en una iglesia.
No quería hacerlo en público
Lloviosa y oscura noche.

Tenía el último papel en sus manos

“Mi corazón dejó de latir hace días. Perdóname por detener el tuyo”

Pensó en la bonita estampa que iba a crear, muy libertaria. O pensó en ella, que más daba.

Tronó, y la música continuaba.

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